Mucho más que un premio pritzker.
A mediados de marzo llegó la noticia. Lacaton&Vassal han sido galardonados con el premio más prestigioso de la arquitectura a nivel mundial. Aunque esperada o incluso deseada la noticia sorprendió. Y personalmente me colmó de gozo. Así de claro. Me invadió una gran alegría. Voy a intentar explicar porqué.
Primero las razones personales. Tuve la inmensa suerte de contar con Jean-Philippe Vassal como profesor de proyectos en primero de carrera en la Escuela de Arquitectura y Paisaje de Burdeos. Un encuentro que me marcó. Ni era conocido, ni había construido nada aún, pero no era un profesor más. Su actitud pausada, sigilosa, su particular sentido del humor y su visión poética de las cosas encerraban un magnetismo especial. Destacaba entre la alegre generación de jóvenes arquitectos que había entrado como profesores en la escuela de la mano de Olivier Brochet y del gran Jacques Hondelatte, esa generación de los Épinard Bleu y los King Kong que montaban estudios como quien montaba un grupo de Rock, con actitud y compromiso. Buscando triunfar, claro que sí, pero también y sobre todo buscando cambiar las cosas. La arquitectura entendida como una manera de ser y estar en el mundo. Una cuestión de ética e integridad. Definitivamente algo se estaba cociendo para la arquitectura en aquella vieja ciudad del vino. Procuraré no aburrir sobre los muchos aspectos iniciáticos de mi paso por Burdeos, que efectivamente fueron muchos. Ni sobre la cantidad de aprendizajes y experiencias vitales acumuladas durante años en lo que hoy es mi jardín secreto. Solo diré, que cuando los estudiantes pusimos la escuela patas arriba, allá por el 95, ahí estuvo Vassal participando en los debates…
Fuimos formados, al menos mi generación, en una ética del compromiso. Compromiso con la arquitectura, y por tanto con la sociedad. Nos enseñaron a pensar la arquitectura antes de dibujarla. A conceptualizarla. A buscar el porqué de las cosas. A poder justificar coherentemente las decisiones de diseño, desde el esbozo hasta el fin de obra. A pensar la línea antes de dibujarla. Eso era la escuela de Burdeos en mis tiempos: una cierta coherencia en el proyecto. De ahí salieron Christophe Hutin, Hessamfar&Verons, La Nouvelle Agence y AVA entre muchos otros.
Muchos de mis amigos trabajaron con L&V - Isidora Meier o David Duchein por ejemplo - por lo que con el tiempo colaboré en proyectos propios con gente formada y bregada en la oficina parisina de L&V. Así, tuve también la ocasión de visitar sus oficinas varias veces, en el Palais Tokio primero o en Metro Louis Blanc después, y de coincidir en alguna celebración al final de la jornada, pudiendo charlar con ellos de vez en cuando.
Luego, hace ya algunos años, presentamos la obra de La Tour Bois Lepêtre con material exclusivo dentro de una muestra sobre arquitectura sostenible en las sub/versiones urbanas de atari.
Recientemente coincidí fortuitamente en un Vaporetto de Venecia con Anne et Jean Philippe durante la Bienal de 2018. Finalmente en septiembre de 2019 les recibimos para la clausura de Tabula Non Rasa en el Instituto de Arquitectura de Euskadi en San Sebastián. Exposición que recogía principalmente la obra de rehabilitación de vivienda del Grand Parc en Burdeos, por la que ese mismo año les concedieron el premio Mies Van der Rohe a la mejor obra que concede anualmente la Unión Europea. Lo que me brindó la oportunidad de entrevistar a Anne Lacaton para canal europa.
Enfin, muchos son los motivos personales para alegrarme por este reconocimiento a ellos y por tanto a los muchos amigos y compañeros que han trabajado con ellos. Todo ese universo me resulta familiar, y aunque yo únicamente he sido testigo, solo eso ya me hace sentirme privilegiado.
Ahora las razones concretas. Más allá de que adhiera a los postulados de L&V por pura empatía vital, o porque me crié como arquitecto en ese ambiente de la Escuela de Burdeos, creo que hay algo de verdad, de profunda verdad, en su arquitectura. Verdad de la buena: sinceridad y autenticidad. Algo cada vez menos habitual en la pendiente espectacularizante por la que se desliza la arquitectura contemporánea desde hace décadas. La suya no es una arquitectura fácil, es una arquitectura que no necesariamente busca gustar, pero que asume la crítica si hace falta porque defiende un postulado, y lo defiende contra viento y marea. Lo que sin duda convierte la actitud de L&V en una rara avis. Por resumirlo en una frase: el lujo es el espacio. El resultado final es una visión de la arquitectura a contracorriente, humilde pero sin miedo, a la que el tiempo le ha acabado dando la razón.
Durante mucho tiempo pensé que esa arquitectura tan especial era fruto también de un contexto, el francés, muy particular, tanto en términos de debate, como de sistema y condiciones de producción de la arquitectura. Y por tanto pensaba que eso hacía de la arquitectura de L&V algo difícilmente exportable o transferible incluso a pesar de su reconocimiento y prestigio internacional. De hecho, hubo un largo tiempo en el que este reconocimiento era notorio pero las obras en el extranjero brillaban todavía por su ausencia. Y también hubo un tiempo en que el prestigio y admiración que despertaban a nivel internacional contrastaba con los recelos y envidias profesionales a nivel nacional o local. No ha sido un camino de rosas.
La arquitectura de Lacaton y Vassal, que a veces a simple vista puede parecer fría, y hasta implacable, es sin embargo una arquitectura que pone al habitante, a la persona usuaria, en el centro de la reflexión. En el centro de todos los esfuerzos. Se trata de una arquitectura de la generosidad que se ha abierto camino a contracorriente en un mundo monopolizado por la viabilidad exclusivamente económica de las cosas, y en el que a menudo la tan cacareada sostenibilidad medioambiental se reduce únicamente a labels, certificados, estándares y mediciones de todo tipo que expulsan al humanismo del hecho construido. Lo que nos enseña la arquitectura de L&V es por ejemplo que la sostenibilidad en rehabilitación no es forrar edificios con aislamiento, sino darles una nueva vida y completarlos con nuevos espacios que amplíen las viviendas, o que la construcción de vivienda social puede ir más allá reduciendo costes y aumentando superficies simultáneamente en un doble movimiento que implica crear un nuevo imaginario para la vivienda del futuro.
Dice Luis Fernández-Galiano que "La modernidad arquitectónica nació al servicio de la vida, pero acabó convertida en un lenguaje visual y que Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal recuperan la fibra ética de la aurora moderna.” Recuerdo que había un viejo libro de Anatole Kopp en la biblioteca de la escuela que se titulaba Quand le Moderne n'était pas un style mais une cause…
Creo sinceramente que mi alegría por este reconocimiento es compartida por muchos, mucho más allá de los amigos bordeleses, y también mucho más allá de mi generación. Creo que somos muchos los que vemos en la arquitectura de L&V algo más que buena arquitectura: una razón para, a pesar de todo, seguir creyendo en nuestra profesión. Seguir creyendo en el poder de la arquitectura para mejorar el mundo en que vivimos.
Por todo ello, este reconocimiento en 2021 es mucho más que un premio pritzker.