C’était la fin du siècle à l’École de Bordeaux…
Escribo estas líneas a propuesta de Olatz Ocerin, doctora arquitecta, investigadora y profesora en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad del País Vasco en San Sebastián, a quien debo agradecer su entusiasmo e interés y el empujón que me ha animado a retomar la escritura después de cierto tiempo.
Decía Olatz que “Algún día cuando tengas tiempo tendrías que dar una clase en la escuela sobre los maestros de la Escuela de Burdeos, no?? estoy segura de que a los alumnos les encantaría”. Ignoro si les encantaría o no, ni si el relato desbordará la mera anécdota, o si da para una clase, pero ante la hipótesis de que tuviera en efecto algún atisbo de interés me atrevo a dejar algo por escrito.
Como antecedente, diré que decidí estudiar arquitectura con 15 años, cuando vivía en Barcelona y con unos amigos del Liceo teníamos un grupo de música (o eso creíamos) y entre otras ‘hazañas’ nos colábamos en los edificios modernistas de Gaudí, todavía cerrados a cal y canto en aquella Barcelona preolímpica y dominicalmente vacía. La gesta colectiva de las olimpiadas y su renovación urbana se respiraba en el ambiente. Mi familia se había desplazado a la ciudad condal, entre otras cosas, por motivos profesionales de mi padre que desde la Dirección de la 5a Zona de Renfe, participó activamente en ese renacer urbano, en particular en todo lo relativo a la Villa Olímpica construida sobre terrenos ferroviarios. El primer año vivimos en una vivienda de función en la Estación de Francia. Por la noche cuando el silencio se adueñaba de la casa justo antes de caer dormido, al fondo se oían todavía las comunicaciones de la megafonía de la estación, los destinos, las procedencias, las llegadas y las salidas… Nunca le dí la debida importancia a este hecho hasta que años después leí a mi profesor Jacques Hondelatte decir que todos soñamos con vivir en lugares únicos y singulares como los faros o las estaciones. Asi que supongo que de alguna manera vivir en aquel entorno en mutación de la calle Marqués de Argentera, en el cruce entre el frente marítimo recién recuperado por Solà Morales con sus esculturas coloristas, la Barceloneta con sus tascas y arroces, el parque de la Ciudadela, el Born todavía triste y gris de entonces y en general la promesa de una ciudad mejor (y si está retratada por Mariscal mejor que mejor) tuvo algo que ver en esa decantación posterior por la arquitectura.
En algún momento de esa juventud mi determinación flaqueó, seducido como estaba por la música, la literatura de Albert Camus, la poesía de Arthur Rimbaud o el teatro de Molière todo ello bien agitado por Olivier Braux, uno de los mejores y más inmensos profesores que he tenido nunca y que trató por todos los medios de disuadirme de estudiar arquitectura, empeñado como estaba en orientarme hacia las letras para que no desperdiciara mi auténtico talento según decía él, "luego siempre estarás a tiempo de estudiar arquitectura". Fue mi padre con su lapidario tono habitual quien me recentró al preguntar si acaso me iba a acobardar antes de empezar. No se admitia réplica.
El viento de la vida giró otra vez y nos devolvió de nuevo a la humedad del País Vasco y ya con la decisión tomada de estudiar arquitectura me encontré un frio mes de enero en un internado en Saint Jean de Luz al otro lado de la frontera. Tras más de cinco años oyendo hablar de las olimpiadas, finalmente asistí al alumbrado del pebetero desde la distancia y por televisión.
Me preparé a conciencia para el Baccalauréat y la Selectividad que yo al ser alumno transfronterizo hice como alumno en el extranjero, completando el estudio con el programa que se impartía en España pero no en Francia mediante clases particulares y sesiones de dibujo técnico en la Academia Mercadal de San Sebastían. Pasé finalmente el Bac en Saint Juan de Luz y Bayonne, y la selectividad en la embajada de España en París, oui monsieur. Todos los alumnos y alumnas españoles que estudiamos en Saint Jean de Luz nos alojamos en un hotel cerca del Parc de La Villette recién estrenado. Tras las pruebas, nos paseamos por la ciudad de la luz y disfrutamos de las folies rojas de Bernard Tschumi sin realmente tener conciencia de lo que eran pero atraídos por aquel paisaje excéntrico. Ese fue mi viaje de fin de curso o de estudios, nunca mejor dicho.
Postulé a varias escuelas de Arquitectura: Barcelona, Santiago de Compostela, Pamplona, San Sebastián y Burdeos. Por mi parte entré en la primera que me aceptó. Supongo que contar con un expediente francés ayudó en la decantación, y también que justo ese curso y el siguiente no se aceptara la ponderación académica que se venía haciendo habitualmente en St Jean de Luz. Penalizando asi las equivalencias habituales en los expedientes académicos de los alumnos transfronterizos y abocando a muchos a cambiar de opción universitaria o a permanecer en Francia. Con todo, en noviembre corrió la lista y hubiera podido entrar en la Escuela de San Sebastián, pero para entonces ya era tarde: disponía de mi Carte d'Étudiant de l'École d'Architecture et de Paysage de Bordeaux, Université Montaigne Bordeaux III. Hay que decir que algunas escuelas rechazaron amablemente mi solicitud y otras ni se dignaron a responder en un alarde del ninguneo burocrático propio de aquella época. Todo tuvo algo de error administrativo, un feliz error que marcó mi vida para siempre. No ha sido el único ni será el último, seguro. Quizás por eso le tengo tanta simpatía a personajes fruto de errores del sistema como Harry Tuttle, “heating engineer at your service”.
Burdeos en el año 1993 era una ciudad negra y sucia, con poca iluminación nocturna y mucho rock and roll. Una ciudad en crisis llena de adoquines y de eso de lo que luego hablaríamos y dibujaríamos hasta la saciedad: 'la friche industrielle'. El sitio ideal para un chaval salido de la burguesía provinciana de San Sebastián, como yo.
En Francia uno se emancipa o comienza a emanciparse y se va de casa con la mayoría de edad y al convertirse en estudiante, que es por otro lado una categoria ciudadana de pleno derecho en la cultura francesa. No hay colegios mayores, aunque si residencias de estudiantes, pero sin tutelas paternalistas, tambien existe la figura del 'logement étudiant' que se ha convertido con el tiempo en una tipología inmobiliaria y arquitectónica en sí misma. La mayoría de nosotros después de situarnos durante los primeros cursos acabábamos optando por los pisos viejos y destartalados del centro de la ciudad. En Burdeos en aquella época, por ser estudiante recibías una ayuda de hasta el 50% para el pago del alquiler, y por otro lado la matrícula de un curso completo costaba la mitad que en cualquier universidad española.
Burdeos era, y es, una ciudad mestiza y multirracial. Y tambien lo era su Escuela de Arquitectura. Sólo en primero de carrera tuve compañeros de Senegal, Marruecos, Túnez, Irán, Argelia y Egipto a los que con los años se sumó algún compañero holandés o mejicano. Todo ello sin contar con los franceses de origen magrebí, español, italiano o portugues, ni con los alumnos de intercambio que llegaron a media carrera. A tres horas de casa vivías en otra galaxia.
Pero no solo el alumnado era cosmopolita, también lo era el profesorado, quizás como reflejo de una Francia que todavía se veía a sí misma como tierra de asilo y acogida. El caso es que tuvimos profesores de las más lejanas latitudes, desde profesores polacos y checos hasta chilenos y argentinos, huidos todos de dictaduras de distinto signo pero rivales en brutalidad.
También hay que decir que no solo el alumnado era paritario como podía serlo en San Sebastían por ejemplo, también lo era el profesorado, algo menos habitual en aquella época, y tuvimos por tanto tantas profesoras como profesores en las más diversas asignaturas. De hecho uno de mis primeros momentos clave como estudiante vino de la mano de Mme Larrue Charlue, urbanista que luego desempeñó un papel clave en la regeneración y recuperación del esplendor urbano y patrimonial del ‘puerto de la luna’. Aunque sin duda el encuentro más impactante al principio fue con el silencio y sigilo de Jean Philippe Vassal en el taller de proyectos de primero de carrera (le C2), un hombre de extrema sensibilidad que tenía el arte de hacerte ver que la arquitectura es algo más. Algo más que dibujar para construir, algo que nace de la investigación y el pensamiento y aspira a las más altas cotas de poesía. La arquitectura en su máxima expresión es poesía construida, y todo el mundo tiene derecho a ella.
Años más tarde aprendí que toda escuela tiene sus cuitas, sus corrientes y sus guerras de capilla, ‘querelles de chapelle’, y la de Burdeos no es una excepción. Ya en primero detectabas diferencias de criterio, entre los del C1 de Dominique Servos y los del C2 de Olivier Brochet… Había que aprender a navegar entre corrientes. Los dos primeros cursos eran eliminatorios y nos aplicábamos en la tarea, puede que no fuera hasta años más tarde, quizás ya egresados, cuando aprendimos a valorar el concienzudo trabajo de derribo y demolición al que fuimos sometidos mediante certeros ejercicios destinados a resetear los aprendizajes encomiables pero rígidos y cuadriculados adquiridos durante años de disciplina en l’Education Nationale. Nos reformatearon a conciencia en los primeros años a base de performances experimentales y hasta sesiones de meditación los fines de semana. Nunca agradeceré suficientemente haber tenido como profesores tanto en el liceo como en la escuela ‘à toute une troupe de soixante huitards’, los del 68 y sus secuelas fueron nuestros profes, en el liceo más a contracorriente y en la Escuela de Arquitectura más a sus anchas... Puede que no cambiaran el mundo, pero a nosotros desde luego nos transformaron completamente. En ese contexto de cierta desorientación, Christian Desmoulins me enseñó a insistir y perseverar.
Se comentaba que en el mapa de escuelas de Francia cada una tenia su especialidad no escrita, su tradición o su tendencia… Nantes más enfocada a la técnica y la construcción, Toulouse más hacia la socioĺogía…y asi todo. Burdeos tenía fama de ser una buena escuela de proyectos.
Una de las personalidades más míticas y misteriosas de aquella escuela abierta fue sin duda Jacques Hondelatte. Es difícil definir a Hondelatte. Desde luego fue una inmensa influencia en la Escuela de Burdeos, era el gran maestro. Sus discípulos iban desde los Épinard Bleu, muchos de ellos también profesores, a los King Kong, las jóvenes promesas del momento, pasando por Lacaton & Vassal que a estas alturas ya no necesitan presentación. Personalmente mi encuentro con él, rompió todas las ideas que uno podía traer sobre la figura del arquitecto. Fueran las que fueran él era lo opuesto. Agazapado en su guarida, al fondo de la cour del Hotel del 4, Rue Poquelin Molière en pleno centro de Burdeos, desplegaba su visiòn de la arquitectura de forma soterrada, removiendo los cimientos de las ideas establecidas aqui y allá. Su aura de arquitecto maldito le persiguió hasta el final. Un final triste que sin embargo contribuyó aún más a aumentar su leyenda.
Ya fuera al comienzo de la carrera cuando lo conocí de la mano de Gloria Aristegui a quien tanto debo, o en los fines de carrera a los que él mismo me aconsejó que asistiera como estudiante-espectador, incluso durante los encendidos debates de las huelgas del año 1995, o ya como mi profesor directo en 4º curso en el taller d’ Équipement Public, pero también en los últimos años - ya en su fase más errante - entre cafés y copas furtivas que compartimos por las calles de St Pierre, siempre la conversación con Jacques Hondelatte fue enriquecedora y estimulante. Nunca me olvidaré de sus lecciones dentro y fuera de la escuela.
Su conferencia en arc en rêve con motivo del Grand Prix National de l’Architecture en 1998 es uno de los grandes momentos que quedará en los anales y que guardo en mi memoria como oro en paño dentro de mi personal recorrido iniciático bordelés. Solo mostró unos pocos proyectos, proyectos no construidos, oníricos, y disruptivos. “Faire programme c’est faire projet”. Todos ellos casos en los que se transforma un programa inicial en otra cosa. Con total sencillez, Hondelatte llevaba la arquitectura a otra dimensión. Tenía el don de hacerte creer que la arquitectura y su práctica, por pequeño que fuera el proyecto, era algo muy especial, algo más, algo diferente. Una manera distinta de ser y estar en el mundo. Y predicaba con el ejemplo, hasta las últimas consecuencias.
El centro de arquitectura arc en rêve fue una escuela paralela, una puerta abierta a la arquitectura de primer nivel en vivo y en directo, que los profesores (no todos) nos animaban a cruzar. Un lujo que completaba la formación que recibíamos en la escuela y efectivamente nos hacía soñar con la arquitectura. Allí pudimos asistir a conferencias de las más grandes figuras del momento como Jean Nouvel, Christian de Portzamparc, Dominique Perrault, Daniel Libeskind, Rem Koolhas u Odile Decq entre muchos otros además de los ya mencionados Anne Lacaton, Jean Philippe Vassal y el propio Hondelatte. No siempre, pero muchas veces las exposiciones quitaban el hipo, entre las más destacadas para mí están la de Jean Nouvel del 1993, Bloc, le monolithe fracturé o Mutations.
Otra escuela paralela aunque desde dentro era la biblioteca de la propia escuela, no solo por sus fondos, sino por el ambiente, el cuidado, la profesionalidad y el tacto de las bibliotecarias a su cargo que en más de una ocasión nos orientaron hacia nuevos conocimientos y horizontes de forma tan determinante o más que una clase o un taller de proyectos. Otro lujo.
La digitalización de la enseñanza y el dibujo asistido por ordenador ya estaba en marcha desde el primer curso de forma mucho más avanzada que en otras escuelas, y cuando Jacques Robert terminó el ‘Laboratoire d'informatique’ que se podía usar ininterrumpidamente día y noche aquello se convirtió en un auténtico taller vertical, permanente y espontáneo. Y llegó a ser el lugar donde realmente se cocían los temas y los proyectos, muchas veces con un compañerismo que no se daba en ningun otro espacio de la escuela. Hubo más de una noche en blanco…
Otras grandes personalidades poblaban y animaban la escuela de Burdeos: Becker con sus vaciles, sus provocaciones y sus discursos incendiarios antilecorbusier, Guy Tapie y su laboratorio de investigación sociológica (Siempre me acuerdo de él y del rigor en sus clases cuando me encuentro con uno de esos arquitectos reconvertidos súbitamente en sociólogos de fortuna predicando la participación ciudadana…) Fabienne Darricau y Xabier Leibar que llegaron de pronto con mucho aire fresco y agitando las aguas estancadas de una escuela en interregno con el C2208, un taller experimental al que querías asistir aunque no lo cursaras por que algo estaba pasando allí…, el siempre cercano Jacques Robert, o el dominante Olivier Brochet que conjuga a la perfección intuición y savoir faire. De todos ellos, Marc Delanne el patriarca de la Vivienda Social en el C15 y Nathalie Franck dentro de ese mismo taller fueron quizás las personas que más me hicieron avanzar, porque fueron las que más me exigieron. Jean Marie Billa y su equipo también me aportaron caminos de aprendizaje. André Lortie y Allain Arvois me enseñaron a ver lo urbano con otros ojos y reforzaron mi gusto por la teoría y el pensamiento arquitectónico.
Mención aparte merece Boris Benado. No solo fue profesor, guía o compañero, fue amigo. Cuando hace unos años nos dejó escribí esto sobre él: “Tristeza infinita, acabo de conocer la noticia del fallecimiento de Boris. Boris Benado Medvinsky, arquitecto y profesor en la Escuela de Arquitectura de Burdeos y en varias escuelas de Santiago de Chile. Para mi, mucho más que un profesor. Mucho más. Un maestro, un amigo.
Boris explicaba cosas que nadie más explicaba, y las explicaba como nadie, conseguía que la arquitectura más compleja fuera fácilmente accesible para el más novato.
Exiliado político de la dictadura de Pinochet que él combatió, era la viva imagen de Allende, como solíamos bromear con algunos compañeros. Su parecido era en efecto llamativo aunque nuestra broma exagerada.
Tuve la suerte de ser su ayudante en clase de proyectos, una manera de enseñar y aprender ya en desuso en las escuelas. Con él reflotamos el intercambio entre la Escuela de Arquitectura de Burdeos y la Universidad de Chile allá por el 97-98, intercambio que nos llevó a un puñado de estudiantes a Santiago en 1999. Los primeros alumnos extranjeros en mucho tiempo…
Con él aprendí la estrecha relación entre vida, arquitectura y compromiso. Hombre de cultura oceánica y largos silencios, eterno exiliado aquí y allá, con la mirada a veces ausente y como perdida en el horizonte sabía sin embargo reírse y disfrutar de la vida, eso también lo transmitía.
Hacía tiempo que no sabía de él. Ayer, 11S, justo ayer, precisamente ayer me estuve acordando de las conversaciones con él sobre la implicación de algunos arquitectos por la vivienda y por la lucha contra la pobreza en tiempos de la Unidad Popular. Y también de cómo me contó que los días previos al golpe estuvo 'de guardia' nocturna "con unos fierros viejos po" para defender la democracia chilena junto a un viejo miliciano español exiliado y de cómo hablaron sobre la historia que tiende a repetirse…
Hoy el mundo es un lugar un poco peor sin él. Quiero creer que se habrá juntado en el más allá con Lorenzo Brugnoli, otro gran maestro, para brindar con pisco sour por alguna buena causa, riéndose ambos del destino con su ironía habitual y sus miradas pícaras.
Eternamente agradecido, por todo. Au revoir Boris, bonjour tristesse…”
La escuela de Burdeos en los 90 era una escuela en plena mutación, objeto de reformas y cambios, en un momento de vacío entre dos modelos, uno más experimental mezcla del mandarinato clásico de la tradición Beaux Arts y de las nuevas escuelas descentralizadas post modernas y post 68 con sus clases de sociología y de derecho romano que empezaba ya a dar señales de agotamiento, y otro modelo más ordenado y académico fruto de la reforma de Bolonia y sus pre configuraciones que asomaban y que es el que rige todavía ahora. Fue un momento de transición, de agitación también, en el que tuvimos la suerte de contar con profesores que se comprometían, probaban y arriesgaban. No sé si llega al nivel de las ‘Radical Pedagogies’ que Beatriz Colomina ha presentado en la 4a edición de Mugak/, pero desde luego tuvo un gran interés, y creo que fue un momento frágil y único.
De ese caldo de cultivo salieron figuras como Christophe Hutin, Boubacar Seck, Hessamfar&Verons, François Chastanet, o la Nouvelle Agence y el gran Bruit du Frigo entre otros, precedidos por nuestros ‘hermanos mayores’ del Atelier Provisoire, y seguidos por Aldebert&Verdier, también entre otros…
Una carrera de relevos que se remonta al menos hasta Sallier, Lajus, Courtois, Sadirac que desde su estudio durante el desarrollismo de las 30 glorieuses ostentaron la denominación de ‘Escuela de Burdeos’, en el más profundo sentido de la palabra ‘Escuela’ cuando hablamos de arquitectura, y que mediante obras como Le Hameau de Noailles, multitud de viviendas unifamiliares y experimentos prematuros de industrialización como la Girolle, sentaron las bases de una visión y manera de entender la modernidad y el proyecto de arquitectura que de una forma u otra se ha ido transmitiendo y todavía perdura a través de multitud de variantes.
/////////////////////////////////////////////////////////////////////
Tambien se aprende de los amigos y compañeros, por eso este texto va dedicado a:
Alexis Milan, Caroline Lacrouts, Véronique Pillaud, Luc Mouret, Sonia Duhem, François Chastanet, Fabrice Perales, Fabien Charlot, Gérome Camborde, Yannick Frutos, Carole Massé, Laurent Petit, Farouck, Florence Soula, Méryem Hasnaoui, Marylène Rodriguez, Fred et Thierry, Briac, Arnaud 64, Marion, Zaki!, Vitruve, Marianne Lefort, Gabi Farage, Ivan Detraz, Nicolas Kressmann, Idoia Zubia, Max, Antoine et la clique de Rue St Rémi, Samira Aït Mehdi, Juliette Brocard, Charléric Simon, Claude Picard, Raphaël Masnada aka ‘Les Gailloux’, Silvain et Manon, Julien Mogan, Joe Verons, Sylvain Latizeau, Julien Begou, Ivan Milisic, Marjan Hessamfar, Elodie Dartois, Gwen Marien, Guillaume Lavergne, David Duchein, Valérie Allain, Rodrigo Compan, Isidora Meier, Fernando Leiva, Rodrigo Aguirre ‘Tosty’, Claudia Woywood, Karen Miller, Carolina Briones, Felipe Valenzuela, Katy Goldsmith, Irene, Claire Couzigou, Boubacar Seck, Christophe Hutin, Charlotte Daubech, Julien Graves, Olivier Marty, Paul Henry Verdier, Audrey Aldebert, Agnès Floucault, Cécile Moga. Stefan Danet, Stefi. And many more…!
Otro día hablamos de archibal y las fiestas en la escuela, de los viajes a París, de como haciamos trineo en las cubiertas de los talleres o de las incursiones clandestinas en los edificios en construcción…